Una afirmación preponderante ante la evidencia de un mandato, un llamamiento a la introspección del ser, un análisis interno o simplemente una nueva oportunidad de cambiar nuestra forma de vida.
Así nos lo ha mandado el Señor: Te he puesto por luz para las naciones, a fin de que lleves mi salvación hasta los confines de la tierra. Hechos 13:47. No por gloria a nuestras obras, sino porque por medio de ellas muchos serán conducidos a la luz de Cristo, como un mandato perpetuo que se cultiva con la constancia de ser arraigados y edificados en Él, a modo de dar pasos en nuestra fe y ser ejemplo de entrega hacia los demás.
Somos cartas abiertas, testimonios andantes, y lo que hacemos en nuestro día a día va de la mano con las proyecciones que tienen los demás de nosotros. Así es, nadie puede dar lo que no tiene dentro, dicho esto, si no sembramos luz en lo interno, no resplandecerá la luz de Cristo en lo externo.
Nuestra misión es algo de todos los días, algo que necesita alimento para poder crecer, así como nuestro principal llamado; Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse. Mateo 5:14. Así lo declaró Jesús en el sermón del monte, no preguntándonos si podíamos hacerlo, más bien declara con su boca que SOMOS ESA LUZ, una luz que brilla, que no puede esconderse ni taparse, sino aquella que alumbra a todos los que están a su alrededor.
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