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Descubriendo la felicidad

“Me haces feliz”, “eres mi felicidad”, “contigo soy feliz”… Son solo algunas de las frases que con frecuencia emitimos sin darnos cuenta del peso que llevan consigo. Y es que con cada una de ellas expresamos que nuestra felicidad, en cierto modo, depende de alguien más.



Todo esto nos debe llevar a reflexionar sobre el concepto que tenemos de esta “meta” por la que todos luchamos: Ser felices.


Y no está mal que alguien nos haga feliz, que la alegría nos invada cuando estamos junto a quienes amamos, definitivamente es lo más hermoso que como seres humanos podemos sentir. Sin embargo, el error nace cuando nos centramos en esa persona y pensamos que si nos falta, también nos faltará la felicidad.


Es importante entender que cada instante que vivimos encierra la posibilidad de sonreír y ser feliz, aun cuando estamos solos. El primer paso es reconocer que la felicidad no depende de algo ni de alguien más; sino que depende por completo de nosotras mismas, cuando decidimos depositar nuestra alegría y gozo en Jesús, no en el mundo.



Por mucho tiempo hemos escuchado que para amar a otros, primero debemos amarnos nosotras, y aunque suene cliché es pura realidad. No obstante, para amarnos a nosotras mismas debemos comprender ese amor especial con el que fuimos creadas y diseñadas.


Entonces, no podemos adueñar a otros de lo que sentimos, no podemos darles a los demás el poder de nuestras vidas, porque entonces viviremos en un círculo donde el reconocimiento de los demás se convertirá en una necesidad que impera sin oportunidad de doblegarse. Repito, nuestra felicidad debe descansar en Dios y en nadie más.


Es necesario conocernos y valorar nuestro diseño para que con cada paso intentemos ser mejores personas, pero siempre con el objetivo de querernos y respetar lo que somos. Y será allí cuando aprenderemos a disfrutar de la vida mientras estamos acompañadas, pero también cuando estamos solas.


Las demás personas, nuestro entorno y todo lo que nos rodea, aumentan y fortalecen la felicidad que tenemos, ya que nos complementan, pero no son dueños de ella. ¡Claro que somos más felices junto a ellos!… pero es importante que no los dotemos de la responsabilidad que es nuestra.


Recuerda, además, que la felicidad es todo el camino y que cada momento que permites que la tristeza permanezca, es un momento menos para ser feliz. Es importante aceptar el dolor y las circunstancias negativas, pero siempre teniendo en cuenta que nuestra opción es levantarnos y continuar, porque Dios siempre cuidará de nosotras.


Hoy, te invito a reflexionar sobre esto. Que cada día, al levantarnos, reconozcas que la felicidad, antes que nada, está en esa decisión de depositar nuestro gozo en Él o no.


¿Qué decides tú?


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