Hábitos para mantener vivo el fuego de Dios en mi corazón
El llamado de Dios es buscarlo a Él cada día. Romanos 12:1-2 nos habla aquí de un llamado a la búsqueda personal diaria, a un altar: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio dela renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.
En el Antiguo Testamento era el simbolismo del altar. El fuego del altar debía arder continuamente y nunca debía de apagarse. El altar era el lugar del sacrificio donde se desarrollaba parte del culto que Dios mismo había establecido. El cual consistía en que no se podía llegar a Su presencia, a causa del pecado del hombre, sin antes pasar por el altar, donde se entregaba una ofrenda de adoración, de justificación, de alabanza. El altar simbolizaba la pureza de Dios, la voz de Dios, el plan de Dios en el centro del pueblo.
En el A.T. los judíos se acercaban a sacrificar animales. Hoy en día, el Señor está buscando más que un sacrificio de sangre, está buscando un sacrificio vivo. Él quiere que antes de salir a hacer la labor del día, al levantarte, al abrir tus ojos, entiendas que tu mayor responsabilidad está con Dios. Es tu deber cuidar el altar. El altar debe arder continuamente.

El problema que tenemos los cristianos es que cuando estamos mal, sentimos que lo primero que queremos dejar de lado es la oración, la lectura de la Biblia, dejar de concurrir a la casa del Señor; cuando en realidad Jesús en su peor momento de agonía fue cuando más oró. Su peor momento, fue su mejor momento espiritual, donde Él pudo decir: “Señor no sea hecha mi voluntad, sino la tuya”.
Tenemos que mantener los hábitos. Hay ciertos principios que no debes olvidar, por eso el apóstol Pablo dice que por la misericordia de Dios te acerques cada día a Dios y ofrezcas tu vida en adoración, en alabanza, en consagración. Es una decisión, es una acción consciente de decir sí a Dios y saber que eso implica ser consagrado, santificado, ser entregado y pagar el costo de vivir en un mundo que va contrario a las cosas espirituales.
Consagración significa la acción diaria de presentarse a Dios. No hay santificación, si no hay consagración, porque Dios te santifica en el altar. La santificación es la que produce Dios, porque Dios es el que santifica. Dios santo viene a tu corazón.

Empecemos por conocer la definición de hábito: Modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes, u originado por tendencias instintivas. Un hábito es algo que hacemos repetidas veces y se vuelve parte de nuestra rutina diaria.
Todos tenemos hábitos, éstos pueden ser de higiene, de estudio, alimenticios, etc… Pero ¿tienes hábitos espirituales? Y si los tienes, ¿los sigues practicando o ya los abandonaste? Si los has perdido y quieres recuperarlos, hoy es el tiempo.
El mes pasado en la iglesia, las prédicas se basaron en una serie de mensajes llamada: “Recuperando Hábitos” y se nos invitaba a recuperar esos hábitos que nos mantienen cerca de Dios o bien a seguirlos practicando y seguirnos esforzando por mantenerlos siempre presentes en nuestras vidas.
Y hoy en este artículo quiero compartirte esos hábitos que te ayudarán a mantener vivo el fuego de Dios en tu corazón y que son buenos para tu alma. Iniciamos…
La oración. Ésta nos permite hablar con Dios, debe ser vista como un medio por el cual podemos establecer una sincera y maravillosa conversación con nuestro Creador, ¡qué privilegio! ¿no?
Es a través de la oración que podemos acercarnos a Él y derramar nuestra alma, contarle todo, ¡Dios debe ser nuestro mayor confidente!, el más confiable y genuino, alguien que sabemos jamás nos va a traicionar o a dar un mal consejo, alguien que, a pesar de ser perfecto, no nos condena ni juzga de manera injusta, sino que nos ama y nos ofrece su perdón.
Debemos orar en todo momento. 1 Tesalonicenses 5:16-19 - Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús. No apaguen el Espíritu.

La alabanza y la adoración. Muchos asociamos la alabanza con ir a la iglesia y cantar, pero quiero decirte que esto es algo más, es UNA VIDA DE ALABANZA, UNA VIDA COMPLETA.
Dice el Salmo 34:1 – Bendeciré al Señor en todo tiempo; mis labios siempre lo alabarán.
Y es que cuando alabamos a Dios, reconocemos Su grandeza y Su sabiduría, aceptamos Su amor y Su misericordia. Por eso te invito a que todos los días lo alabes, estés donde estés, en tu casa, en tu trabajo, en tu escuela, en tu carro, en la iglesia; alaba a Dios. No sé si te ha pasado, pero cuando yo alabo al Señor, mi corazón rebosa de alegría.
Pero ¿qué sucede cuando dejamos de alabar a Dios? Dejamos de reconocer lo que Él ha hecho por nosotros y dejamos de mostrarle nuestro agradecimiento. También le estamos diciendo a Él que no necesitamos Su ayuda o Su guía. Por último, estamos perdiendo una oportunidad de fortalecer nuestra relación con Él.
Porque cuando tú alabas a Dios cantando, leyendo y estudiando las Escrituras, dando testimonio de lo que Él ha hecho en ti, llevando una vida de servicio a los demás; el fuego que hay en tu corazón no se apaga.
