Desde un tiempo para acá he sentido una fascinación por el tema de la cruz y de lo que significa en la vida del creyente. Cuando vemos esta palabra en algún versículo bíblico, en alguna imagen o la escuchamos en una que otra canción, estoy segura de que una de las primeras ideas que llega a nuestra mente es la noción del sacrificio salvífico que hizo Jesús por cada uno de nosotros en el calvario: sin embargo, cuando leemos Mateo 16:24, nos encontramos con una idea de la cruz diferente: sumisión, abnegación y entrega. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.
A lo largo de este año hemos estado abordando diferentes temas que poco a poco nos han encaminado a este punto, de tal forma que el versículo citado en el párrafo anterior se convierte en una de las condiciones más significativas para el crecimiento en nuestra relación con Dios. Y hablar de una entrega total en un tiempo como el que estamos viviendo en esta época trae consigo por antonomasia un sentido de determinación.
Es más fácil dejarse llevar de los discursos ideológicos mundanos que nos empujan a centrarnos en el ego. Resulta más llevadero rendirnos a la carne, dejar que la tormenta nos abrace, dejar de luchar contra la corriente, simplemente dejarnos arrastrar por todas las cosas que desvían nuestro camino hacia la santidad. ¿Pero luchar? ¿Aferrarnos a la cruz contra todo pronóstico? ¿Volver a levantarnos en un año en donde tal vez las pruebas y los procesos se presentaron de manera intermitente? ¿Decirle al Espíritu Santo “aquí estoy, sigue haciendo de mí lo que quieras”? ¡Hay que ser muy determinadas para seguir en pie de guerra!
En Mateo 11:12 Jesús dijo: “El reino de los cielos sufre violencia y solo los violentos lo arrebatan”. La violencia a la que se refiere el maestro no tiene que ver nada con el mundo físico al que estamos acostumbrados, es una guerra espiritual que se ha estado librando desde que el Señor decidió crearnos a su imagen y semejanza.
El enemigo de la justicia buscará la forma de hacernos claudicar. Tal vez se ha acercado a susurrarte tu pasado para que la culpa no te deje avanzar a un siguiente nivel. O quizás te está lanzando dardos de pensamientos intrusivos en donde sientes que amenazan tu futuro. Lo que él no sabe es que tú y yo hemos sido marcadas con la sangre del cordero, que cada una de las promesas de Dios en nuestras vidas nos alientan a dejar nuestros sueños, nuestra voluntad, nuestro yo, nuestras proyecciones en manos del Señor ¡Eso es lo que significa tomar la cruz!
La sumisión nos enseña a depender totalmente de Dios y a entender que servirle implica que dejemos de correr a nuestro antojo y empecemos a caminar tomados de la mano de él. La abnegación nos ayuda a convertir las quejas y el impulso de contender con Dios en un agradecimiento en la espera. Y la entrega nos lleva a amar a Dios con toda nuestra alma, mente y corazón.
Tal vez en este 2023 que está culminando no lograste ver cumplidas todas esas promesas que el Señor ha determinado para ti. Pero tú y yo estamos llamadas a persistir, entendiendo que no le servimos por lo que nos da, sino porque él nos amó primero y en ese amor eterno ha decidido prolongarnos su fidelidad y su misericordia. Y en nuestra determinación seguir abrazadas a la cruz y dejar absolutamente todo en manos de Él.
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