Cuando era pequeña solía escuchar la típica frase “debes portarte bien, sino papá Dios te va a castigar”. Este simple enunciado me llevó a crear un sistema rígido de obediencia en donde percibía al Señor como un verdugo que estaba dispuesto a castigarme en cuanto desobedeciera o hiciera algo malo.
Con tan solo ocho años empecé a cuestionar mi extraña relación con el evangelio, en donde todo consistía en aprenderme las historias bíblicas y orar como mi maestra de escuela bíblica nos había enseñado.
En mi interior, sentía que debía haber algo más; no era posible que servir a Dios se sintiera de esa manera tan aprensiva. Cuatro años después, empecé a conocer a Jesús a través de la devoción de mi abuela. Entendí algo muy importante. La presión que sentía por la obediencia absoluta era la misma que sentían los judíos cuando transgredían la ley; ellos sabían que si habían cometido un pecado, su deber era realizar el ritual descrito en los primeros 15 capítulos de Levítico. Leer estos pasajes bíblicos es encontrarse con una serie de requisitos que había que completar para poder tener el perdón de los pecados.
El Señor en su infinita misericordia contempla un plan de salvación que echaría a un lado todos esos pasos litúrgicos y entrega a su único hijo por amor a nosotros (Juan 3:16). Jesús se despojó de toda su gloria, se humanizó y fue a la cruz como cordero al matadero, Isaías dice que “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Isaías 53:7).
Cuando Jesús expiró y se consumó el sacrificio pasó algo increíble: ¡El velo del templo se rasgó! Ya no eran necesarios los holocaustos, ya no era imprescindible seguir un ritual para poder obtener el perdón de los pecados y, lo más importante, ¡se abrió el camino directo hacia el Padre!
¿Estas entendiendo lo que significa todo esto? A través de Jesús la humanidad alcanzó la libertad que unas reglas no le habían otorgado. A través de Jesús podemos disfrutar de una vida plena mediante la confesión y el arrepentimiento de nuestros pecados. Y no tan solo esto, sino que también podemos ser justificados por Él. Ya él pagó por nosotros. Solo debemos acercarnos a Dios conociendo al Salvador y la obra maravillosa del evangelio porque en Jesús encontramos total libertad.
Comprender que en Jesús hay total libertad nos ayuda a entender que cuando le conocemos de manera íntima, tenemos una relación estrecha con Él y esta relación nos enseña cómo debemos vivir delante de Dios. Vivir el evangelio que nuestro Salvador predicó, no nos ata a un renglón de estatutos vanos y vacíos, sino que nos dan la libertad de sentirnos amados y perdonados.
Esta es la libertad de la que nos habla Pablo en Gálatas 5:1, “Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, manteneos firmes y no os sometáis nuevamente al yugo de esclavitud." La libertad que encontramos en nuestra búsqueda constante del Señor a través del reconocimiento de la redención de Jesús y la cobertura del Espíritu Santo, nos acercará cada día más a la estatura del varón perfecto.
Aún estoy conociendo al Señor. El encuentro que tuve con Él a mis doce años de edad me ha introducido en esta maravillosa experiencia de acercarme a Dios desde la libertad de la redención de la cruz y no desde el temor al infierno.
No te voy a decir que no han habido momentos en los que el camino se ha vuelto difícil, pero el conocimiento de que mi amado Jesús está delante del Padre abogando por mi vida, me ha enseñado a orar cada día para que la luz del evangelio transforme mi interior cada día.
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